¿Hay un clima golpista en la Argentina?
Primero fue la Justicia santafesina echando por tierra la estrategia del gobierno nacional sobre Vicentín. Después la Justicia Federal invalidando imputaciones y procesamientos de ex funcionarios macristas. Más tarde salió Duhalde a denunciar un golpe de estado “blando” en preparación y caracterizar como “groggy” al estado actual del presidente.
La judicialización por parte de Rodríguez Larreta de la decisión de quita en la coparticipación de la CABA, las deshilachadas convocatorias de la oposición para romper las restricciones que siguen vigentes de una inexistente cuarentena y el per saltum aceptado por la Corte Suprema con la indicación de no innovar en la situación de los jueces cuestionados fueron celebrados por los medios como otras tantas victorias sobre el gobierno nacional.
¿El gobierno de Alberto Fernández hace agua? Recibió como herencia una supercrisis, del sector externo y de la recaudación interna. Durante su gestión sólo consiguió profundizarla. El combate contra el COVID-19 se perdió hace rato. Sin plan económico, con ministros que se esconden en lugar de ponerle el pecho a los ataques, con cortocircuitos permanentes entre sus funcionarios y medidas tomadas a la disparada –la última fue la referida a la compra de dólares- que terminan causando el efecto inverso al buscado, resulta difícil recordar que asumió hace apenas diez meses. La sensación es de fracaso, y hasta de retirada.
La decisión de la Corte Suprema de aceptar el per saltum confirma un rasgo común de esta gestión: no la vio venir. No se la esperaba. Como no se esperaba el desarrollo de la causa Vicentín, ni la derrota de la candidatura de Gustavo Béliz para la Presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Tampoco se esperaba la rebelión de la Policía Bonaerense.
Ciego y sordo, el presidente se encierra cada vez más en su microclima. Su imagen recuerda al Hitler de la película La Caída, cuando esperaba en su bunker la llegada de tropas de auxilio que sólo existían en su imaginación, mientras los soviéticos estaban a las puertas.
Por desgracia no es mudo. Y cada una de sus intervenciones le restan en lugar de sumarle apoyos. Busca desesperadamente respaldos fuera del peronismo, al precio de anunciar cada día el entierro del movimiento nacional fundado por Juan D. Perón. Sólo consigue hacer desplomar cada día un poco más los respaldos sociales que le confiaron su voto, mientras que los auxilios de indecisos y opositores nunca llegan. Es más, sólo interpretan en esas actitudes la sobrecogedora debilidad presidencial.
El gabinete lo ayuda poco. Él mismo lo eligió o lo aceptó. La mayoría no tiene entidad para desempeñar los cargos que ocupa. Otros hacen su propio juego y se desentienden del destino del presidente. Tampoco lo hacen las organizaciones sociales –el Movimiento Evita, la Corriente Clasista y Combativa, Barrios de Pie y la fracturada CTEP, que controlan 570 mil planes de un total de 770 mil, y que Emilio Pérsico distribuye con pericia-. El 40 por ciento va directamente a su propia agrupación, el Evita. Los movimientos sociales no han cesado de ganar poder, sin importar el signo del gobierno de turno. El pobrerismo y la desocupación son su caldo de cultivo. A punto tal que el ministro Daniel Arroyo aparece prácticamente pintado. No tiene cómo resistir a la presión de los administradores de la miseria.
¿Y la CGT y la CTA? ¿Hasta cuándo podrán resistir las políticas de Alberto Fernández sin exponerse a una rebelión interna?
¿Y Cristina? La vicepresidenta permanece muda, mientras ocupa espacios de poder e intenta escapar de las garras de una Justicia caracterizada por el ejercicio del lawfare. Algunos le adjudican estar detrás de las decisiones de Alberto. Otros aseguran que la mayoría no las comparte. Ella no puede salir a aclararlo. Fue su decisión ungirlo como presidente. Su destino está atado al de su candidato. A esta altura -y al interior del propio Frente de Todos- muchos son los que creen que en lugar de un presidente eligió un sepulturero.
El diseño de su política económica inspirado en el gobierno de su admirado Raúl Alfonsín sólo le valió la aprobación de Ricardito. Sin embargo, el presidente insistió y escuchó a Pesce antes que a Guzmán y decidió ampliar el corralito. Se nota que la economía no es su terreno de experticia. Tampoco la memoria, ya que en este caso habría registrado adónde llevan las medidas de este tipo.
Las prevenciones y alertas formulados por Guillermo Moreno cayeron en saco roto. Más aún, le valieron insólitas acusaciones de “fascista” o “golpista”, dejando es claro que para el entorno presidencial la única manera de apoyar a Alberto Fernández es llamándose a silencio. El problema es que en política los espacios se ocupan, por lo que el silencio que se han autoimpuesto muchos amplifica la magnitud de los discursos verdaderamente golpistas de la oposición. Muchos son los que felicitan por lo bajo, pocos los que han decidido salir a la luz.
Del mismo modo unos pocos deshilachados, sin motivo concreto de convocatoria, le ocuparon las calles, mientras la base social del Frente de Todos es inmovilizada apelando a una cuarentena inexistente.
¿Existe un clima golpista en la Argentina? La interpretación del per saltum –una medida que no implica decisión alguna- fue entendida mayoritariamente como una derrota del gobierno nacional. El círculo rojo sabe utilizar las herramientas que proveen las comunicaciones contemporáneas a la perfección, mientras que el gobierno continúa en la era del telégrafo y la Olivetti manual. Silenciado el peronismo, los encargados de interpretar la decisión la ha asociado a una movida opositora para garantizarse la eventual sucesión presidencial en la persona del presidente de la Corte Suprema, en caso de golpe blando o renuncia de Alberto Fernández. Y no fueron sólo los actores o comunicadores opositores. Eso es lo que asusta: la tendencia de los propios comunicadores del gobierno a presentarlo como mucho más débil de lo que parece estar. O quizá no exageren para nada.
A cada paso, las decisiones del gobierno lo hunden un poco más. El ofrecimiento de un 7 por ciento a los estatales, para compensar una inflación interanual de más del 44 por ciento, parece una burla. Sobre todo, cuando se le ofrece al campo la rebaja en las retenciones del 33 al 25 por ciento en la soja y del 9 al 5 por ciento en la carne.
¿Existe un clima golpista en la Argentina? Es la pregunta del millón. El problema es que una eventual respuesta afirmativa señala como principal responsable al propio gobierno que sería su víctima.
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