MÚSICA

30 años de la muerte de Atahualpa Yupanqui, icono del folklore argentino

Esta semana se cumplen 30 años de la muerte Atahualpa Yupanqui, de uno de los referentes más importantes del folklore argentino. Nacido el 31 de enero de 1908 en la localidad de Campo Cruz, Pergamino, Provincia de Buenos Aires. El cantor argentino fue un eterno buscador de la cultura, el arte y la verdad en la música.

Su verdadero nombre era Héctor Roberto Chavero Aramburu. Hijo de ferroviarios y de antepasados indios, criollos y vascos, fue militante político, jugador de fútbol, practicó boxeo y se acercó a la esgrima. Sin embargo, la música fue su vida y sus composiciones llegaron a conmover a otras figuras notables de la música. Incluso internacionales, como la francesa Edith Piaf.

Impuso un estilo que no era habitual, el relato del día a día, la nobleza de las cosas hecha canción y supo conmover a generaciones enteras con la sencillez de la palabra y el mensaje profundo. Para muchos “el padre del folclore argentino”, fue un gran artista que expresó en sus letras la cotidianidad argentina, costumbres, adversidades y más.

Entre su vasto repertorio, se destacan las canciones “Los ejes de mi carreta”, “Piedra y camino”, “Luna tucumana”, “Chacarera de las piedras”, “El Arriero” y “Trabajo quiero trabajo”. Allí también estaba la pluma sutil de Nenette, su segunda esposa y compañera hasta sus últimos días, y la mujer que lo ayudó a escribir muchos de sus clásicos bajo el seudónimo de Pablo del Cerro. Entre sus libros fue autor de títulos como ”Piedra sola” (1941); ”Cerro Bayo” (1946); ”Aires indios” (1947), entre otros muchos otros. Allí expresó sus impresiones y experiencias de muchos de sus viajes.

Yupanqui fue un virtuoso como músico, poeta e intérprete. Fue un guitarrista exquisito; sin la proyección casi orquestal de la guitarra de Eduardo Falú, pero no menos sutil. Transitaba por un zona más acotada del registro (medio-agudo), en paralelo con una voz no demasiado resonante.

Tenía una manera única de acelerar un poco la frase, y no hubo un vibrato (ese pequeño “temblor” que se obtiene por medio de una oscilación de la yema sobre la cuerda y el traste de la guitarra) tan expresivo y justo como el suyo.

Yupanqui expresa un ideario conservador. Murió el mismo año que Astor Piazzolla y eso ha llevado a ciertos paralelismos. Son paralelos literalmente, en el sentido de que no se tocan. Si Yupanqui es el conservador del folklore, Piazzolla es el revolucionario, pero antes de las diferencias estéticas están las del oficio.

Uno de los momentos que marcaron la carrera artística de Yupanqui fue cuando conoció a Edith Piaf, en un club parisino. Ella lo escuchó deslumbrada y le preguntó: “¿Dónde trabajas?”. Y el argentino respondió: “En ninguna parte. Ya me voy, ya me voy a mi país”. Algo emocionada, la cantante francesa replicó en voz alta una especie de orden y súplica: “No, París tiene que escucharte. Ven mañana a las ocho al Athenée con tu guitarra. Te enviaré el auto al hotel”.

Aquella noche del 6 de junio de 1950, Edith abrió el recital y cantó más de veinte canciones, para luego presentarlo al público: “Les presento a Atahualpa Yupanqui, un músico de mucho talento, a quien dejo cerrar el espectáculo. Quiero que lo escuchen como lo merece”.

Al poco tiempo, Yupanqui firmó un contrato con Chant du Monde, y la Academia Charles Cros lo distinguió entre 350 artistas de todo el mundo al otorgarle el Primer Premio al Disco Extranjero. En un año dio más de 60 recitales en toda Francia. Luego, recorrieron varias ciudades europeas. Durante esos años, en París, vivió y potenció su carrera. Allí nació “El payador perseguido”, su obra más completa.

Yupanqui falleció el 23 de mayo de 1992 en Nîmes, Francia, cuando había viajado a recibir un homenaje. Sus restos descansan en su Casa Museo, ubicada en Cerro Colorado, Córdoba. Lugar al que Atahualpa dedica varios de los temas más famosos y clásicos del folklore “La colorada” y “Chacarera de las piedras”.

El legado de Atahualpa Yupanqui vivirá por siempre en los cimientos de la música argentina.

Compartimos a continuación una de sus obras más excelsas:

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