Celiaquía y obesidad: “Hay que volver a la verdulería y la carnicería”
El especialista Eduardo Cueto Rúa llamó a reflexionar sobre la calidad de los alimentos que consumimos, en especial los niños, y señaló que "el único homínido obeso es el hombre, que engorda en el supermercado con la publicidad y los colores”
La obesidad y la celiaquía (intolerancia al gluten) avanzan en el mundo. El director de posgrado de Gastroenterología, hepatologia y nutrición de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Eduardo Cueto Rúa, alertó acerca de la calidad de la alimentación y la necesidad de retomar hábitos más saludables, entre los cuales se que incluye el ejercicio físico.
En el programa El contestador (Radio 2), el profesional hizo un repaso en la historia de la alimentación a nivel mundial y señaló un punto de inflexión en los años ’60, que marcaron el comienzo de una alimentación poco saludable, de la mano de la publicidad engañosa.
“Durante muchos años, en los caseríos de familia donde vivían varios integrantes, siempre había espacio para cultivos básicos, la huerta que proveía de hortalizas la mesa familiar y durante años, los chicos comían puré de zapallo y zanahoria. Pero luego ocurrió algo interesante: en 1964, la empresa Molinos (y Nestlé en 1968) tomaron semillas de trigo, avena y maíz y las molieron. A eso le empezaron a llamar «alimentación moderna», y los chicos empezaron a comer Nestúm, Vitina, etc. que pasaron a formar parte de la llamada «revolcuión nutricional»”.
El médico recuerda que eso recomendaban los pediatras; y las madres y padres acataron, con lo cual, al cabo de tres años, se produjo en todo el mundo una epidemia de celíacos porque nunca antes habían comido trigo todos los chicos de la tierra. Y cuarenta años después, tuvimos una epidemia de obesidad (la epidemia más grande que tiene el mundo) a causa de haber empezado a comer almidones muy precozmente.
Para graficar el fenómeno descripto, Cueto Rúa relata una experiencia: “Hace 40 años, le dieron a un grupo de jóvenes una rodaja de pan húmedo y le pusieron electrodos en la cabeza a ver qué tan emocionante era. Y comprobaron que esa comida era muy emocionante. Entonces, a la tostada le pusieron manteca, y vieron que era más emocionante aún. Tras lo cual, a la tostada con manteca le agregaron azúcar y vieron que era todavía más emocionante. Por eso decidieron incorporarle una pizca de sal para ver qué pasaba en la cabeza cuando se comía todo eso junto. Y notaron que el cerebro estallaba de placer. Entonces, concluyeron que eso era lo que tenía que comer la gente para gozar de la comida”.
En relación con el giro en la producción industrial de alimentos, el médico señaló que “a partir de ese momento, la industria convirtió las galletitas comunes que tenían un poquito de grasa y sal, en las masitas que hoy inundan el mercado, y lograron que cuando la gente empieza a comer ese tipo de alimentos, no puede parar, porque resulta enormemente placentero. En consecuencia, todos comen hasta terminar el paquete. “Ni hablar, si a una de esas galletitas se le agrega un poco de manteca o con dulce”, añadió.
“Entonces, una vez que ese paquete de galletitas atravesó el intentino delgado, empezó a buscar dónde alojarse: la papada, la panza, etc, contribuyendo al aumento de la grasa corporal y a la obesidad. En este proceso, la publicidad engañosa tuvo mucha influencia porque vendió productos que causan obesidad, con la falsa ilusión de que quien los consuma, serán depostistas triunfadores o les irá mejor en la vida, entre otras promesas”.
“Por eso, hay que comer en la verdulería y en la carnicería. Tenemos 4.650.000 años de vida. Somos todos homínidos, y el único homínido obeso es el hombre, que engorda en el supermercado con la publicidad y los colores”, enfatizó para cerrar.
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