Los influencers virtuales: la frontera difusa entre realidad y virtualidad
En la era digital, la influencia y el impacto de las redes sociales han generado un fenómeno inusual: los influencers virtuales. Uno de los ejemplos más prominentes es Lil Miquela, una figura que ha cautivado a más de 7 millones de seguidores en Instagram. Su apariencia, con ojos grandes y labios generosos, proyecta juventud y simpatía. A través de su cuenta, comparte su vida digital, desde outfits hasta viajes y salidas con amigos. Ha desfilado para Prada en la Semana de la Moda de Milán, participado en campañas polémicas, lanzado singles en Spotify y abanderado diversas causas sociales.
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Pero aquí está el giro sorprendente: Lil Miquela no es una persona real, sino una creación de inteligencia artificial concebida por Trevor McFedries y Sara DeCou, fundadores de Brud, una empresa dedicada a desarrollar influencers virtuales. Este fenómeno se expande más allá de Miquela. Shudu Gram, inspirada en la Barbie “Princesa de Sudáfrica,” es la primera supermodelo digital y ha trabajado con importantes marcas de moda. Kami, Dagny y Galaxia son ejemplos de modelos virtuales con estilos, razas y géneros diversos.
Estos influencers virtuales ofrecen ventajas económicas a las marcas, al ser más asequibles y estar siempre disponibles. Sin embargo, su mayor desafío es la falta de autenticidad y credibilidad. Carecen de una identidad real, lo que dificulta la conexión emocional con los seguidores. Aunque la industria de influencers virtuales está en crecimiento, todavía no puede reemplazar por completo a los influencers humanos, cuyas imperfecciones y experiencias genuinas los hacen auténticos.