Cuando nos une el espanto de ser mujeres
El conflicto en la ciudad de Kabul y el terror a los grupos extremistas preocupa al mundo entero. Aquí una pequeña reflexión que tal vez sirva a la hora de discutir sobre si existe el machismo o es un invento de Simone de Beauvoir.
Lo que pasa en Afganistan, o más específicamente en la ciudad de Kabul, no es fácil de explicar. No voy a meterme en cuestiones de política internacional ya que no es mi expertiz, pero las cuestiones de género sí lo son, así que acá vamos.
Al mirar las noticias y las imágenes que recorren la web desde el viernes, siendo mujer, es inevitable temer. Temer por nuestra vida, por nuestras luchas y nuestros esfuerzos por alcanzar finalmente la igualdad civil y social tan deseada. Las mujeres en afganistan son objeto de análisis de todos los medios de comunicación, portales y titulares que advierten las terribles consecuencias de que el régimen taliban se apodere de ese país.
A su vez son las mujeres las que tienen prioridad para escapar de Afganistán y quienes más riesgo corren en este cambio total de paradigma social. El uso de cualquier velo islámico como condición es una de las primeras cosas que incomoda y horroriza al lado occidental que vive y atraviesa la cultura de una forma completamente distinta. Esto es importante decirlo, no se puede analizar la historia de un país, de una religión o de un momento histórico con parámetros ajenos. Occidente tiene que tener una lectura más humana, empática y menos paternalista de este tipo de conflictos. Los movimientos feministas también.
El consentimiento es un concepto igual de necesario que de complicado. Cuando analizamos y nos referimos a poder decidir qué queremos y cómo lo queremos, lo que buscamos es, en la mayoría de los casos, más opciones y después, cuando decidimos, que se respeten las mismas. El problema no es una mujer que usa un velo o una que no lo usa, el verdadero conflicto (o al menos el que se hace más visible) sucede cuando su uso se vuelve una obligación o su no uso una prohibición.
Aún así, la burka no es lo único a lo que las mujeres en Afganistán le temen. Inclusive es hasta menor comparado con el resto de los cambios a los cuales sospechan que van a tener que adaptarse. Si el régimen sucede de la misma forma en la que sucedió por primera vez (cuando Estados Unidos financió a los taliban en el año 1996 hasta el 2001), la palabra “adaptarse” es pretenciosa y demasiado amable. La primera vez que este grupo armado y extremista tomó el poder, las mutilaciones, torturas y violaciones de los derechos humanos hacia las mujeres fueron exponenciales.
Y por eso este lado del mundo está horrorizado. Porque ni el Cuento de la criada se animó a tanto, porque ver a un país retroceder así da miedo, porque si bien tenemos historias completamente diferentes, la empatía es inevitable. Pero siempre que suceden catástrofes, también sobrevuelan reflexiones que capitalizan el horror. En este caso, la cantidad de cosas que las mujeres dejarían de hacer por decreto nos llevan a pensar en la existencia real y explícita del patriarcado.
Hace años que escuchamos a detractores y detractoras decir que los movimientos feministas son ridículos y que esa diferencia de género no existe. Hace una década que leo y discuto con gente que todavía no ve el fuerte entramado patriarcal en absolutamente todas nuestras acciones e inclusive omisiones. Pero ahora, con el diario en la mano, los movimientos feministas tienen una respuesta y un claro ejemplo de la existencia del machismo por sobre todas las cosas.
Hoy podemos palpar en la historia vivida, en las redes sociales, en los medios de comunicación, cómo las mujeres son siempre las más perjudicadas en cuestiones de derechos. Cómo todo eso que las afganas pierden, no sólo su libertad sino también sus voces, sus caras, sus cuerpos, son prueba más que suficiente de lo que ya vivimos. Porque hasta no hace tanto tiempo, en la historia y en la vida pública, fuimos invisibles y la razón por la cual nos escondieron dentro de nuestras casas continúa atada a un cuadro de realidad vetusto que ya no rige.
De hecho, si bien el Corán establece que los hombres y las mujeres son iguales, también dice que “Los hombres son los protectores y proveedores de las mujeres, porque Alá ha hecho que uno de ellos supere al otro y porque gastan de sus bienes”. O sea, las condiciones tortuosas de las mujeres, en este caso de las mujeres casadas, continúan atadas a la propiedad privada de los varones. No hay una lectura de contexto, no hay una adaptación a los tiempos que corren ya que hoy el sistema capitalista no se rige por el más fuerte y le exige lo mismo o más a las mujeres que los hombres.
En occidente, claro está. En Afganistán las cosas son distintas porque es distinta, como ya dijimos, la cultura y su historia. Pero aunque nos dividen miles de kilómetros, nos une la desgracia de ser mujeres. Y por eso creo que es importante entender el avance de los movimientos feministas en todo el mundo, por las Afganas pero también más allá de ellas.
Que hoy los medios de comunicación de casi todo el planeta presenten la pérdida de libertad de las mujeres como uno de los peligros de los grupos extremistas, deja en la superficie la existencia de un sistema machista que sólo busca desaparecernos como sujetas de derecho sino que además niega la existencia de su propia existencia y de la opresión que ejercen.
Que esta tragedia histórica nos sirva para entender la importancia de cuidar nuestras voces, nuestra democracia y nuestros derechos adquiridos. Porque el discurso de que el patriarcado no existe, con este nivel de violencia explícita hacia nuestros cuerpos, se cae a pedazos, Juan Carlo. Porque por más que digas que el feminismo ñañañaña, el accionar de la historia, lamentablemente, continúa dándonos la razón.
La utilización de la palabra “mujer”, en este caso y en esta nota, se refiere particularmente a una sociedad que divide sus reglas en tanto varones o mujeres. No hay cis ni trans en esta lectura porque tampoco existen siquiera cómo figura en Afganistán.
Fuente: Filo News
Escrito por: Paula Gimenez
LEER: Caputo asegura que el Gobierno busca garantizar una competencia equitativa antes de abrir más la economía