GÉNERO

Valentina Bassi: “Me parece súper interesante desromantizar la maternidad”

La actriz volvió a subirse a las tablas para protagonizar Los gestos bárbaros, una obra que aborda los cambios que pueden surgir de un momento al otro y los vínculos familiares.

Con una extensa carrera en cine, teatro y TV, Valentina Bassi volvió a subirse a las tablas luego de casi tres años de “abstinencia” en los que se dedicó a rodar la película Natalia Natalia, de Juan Bautista Stagnaro, y la serie El hincha, de Alejandro Ciancio, además de algunos proyectos de streaming. “No hacía teatro desde diciembre de 2019, después vino la pandemia. Tenía una necesidad inmensa de volver y por eso estoy feliz”, explica en un mano a mano con Noticias Argentinas la actriz que acaba de estrenar Los gestos bárbaros.

Cada jueves a las 20 en el teatro El Picadero, la artista oriunda de Trelew se convierte en Emilia, una mujer que vuelve a su casa familiar después de muchos años a partir de un inexplicable accidente que le dejó algunas secuelas. No recuerda nada de lo que pasó en los últimos 15 años ni por qué se dirigió al pueblo en el que creció. Y mientras su memoria recupera algunas imágenes de la muerte de su padre, el reencuentro con su familia será el motor para que ella pueda volver o quedarse.

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El proyecto surgió antes de que el mundo quedara detenido por el Covid-19 y Valentina fue la primera impulsora, dentro de un equipo que montó el espectáculo “a pulmón”, algo que la enorgullece y permite que “resignifique” la profesión que abrazó hace más de tres décadas. “Me acerqué a Cristian Drut porque había visto Más allá del espejo, un documental de Joaquín Jordá y le pregunté si veía algo que podía ser una obra, porque me había conmovido que mostrara a personas que tienen alguna disfunción en el cerebro y eso no les permite tener una vida totalmente normal. Vos los ves y no te das cuenta, pero cuando ellos explican cuánto les cuesta ir a la escuela o al trabajo es muy fuerte. A mí me había conmovido el esfuerzo que hacían, porque el cerebro en un punto hizo un cortocircuito. Y también me movilizó ver cómo te puede cambiar la vida en un segundo. Con esas dos ideas partimos, pero en el trabajo creativo se fue alimentando de muchísimas otras cosas. Se sumó Juan Ignacio Fernández, que es el autor, y sumó los vínculos familiares”, cuenta con entusiasmo.

¿Cómo se armo el elenco?

-La primera fue Laura Novoa. Nosotras trabajamos mucho juntas en teatro y queríamos hacer algo más propio y después se sumaron Francisco Bertín, Ignacio Rodríguez de Anca, Silvina Sabater y también Daniel Melero con la música. A partir de ahí la obra tomó otro rumbo, porque se alimenta de lo que trae cada uno. Así nació Los gestos bárbaros.

¿Cómo abordás esta temática tan sensible sobre el escenario?

-La obra tiene mucho humor, que es algo que agradezco como espectadora y como actriz. Siento que desde el humor se puede ahondar muchísimo. Empatizás rápido y de repente te encontrás con una reflexión o conmovida con algo. A mí este trabajo me reconcilia con nosotros mismos como personas: con nuestras dificultades para amar, para mantener vínculos familiares… todos somos imperfectos y la obra cuenta que todos estamos con marcas que nos dejó la vida y que condicionan los vínculos. Todos hacemos más o menos lo que podemos, lo que nos va saliendo. Y en mí, resulta súper catártico.

En línea con esta reflexión, hace poco escribiste algo similar sobre la maternidad: que la maternidad no te dio todo lo que promete el relato romántico, pero sí te llenó de amor y hacés lo que podés movida por ese sentimiento.

-Exactamente. Por ahí anda mi cabeza y mis emociones, seguramente. La obra también habla muchísimo de la maternidad. El personaje de Silvina Sabater es una madre compleja y el de Laura Novoa acaba de tener un bebé y tiene sus problemitas vinculares. Me parece súper interesante desromantizar la maternidad y que uno se anime a contar las cosas que le pasan. Si no, es todo tabú y todo tiene que ser perfecto. Quizás no te parece todo hermoso, pero eso no quita que haya amor. Lo bueno del arte es que estas situaciones te pueden interpelar y sirven para hacer catarsis.

En lo personal ¿te costó romper con la maternidad romántica y poder hablar con tanta libertad?

-Siendo actriz, una todo el tiempo está tratando de entenderse y entendernos. Es un trabajo constante: entender por qué somos así, por qué reaccionamos así. Por eso hace también hacer teatro, porque en un punto el poder abrirse es súper liberador. A mí me sirve mucho actuar y me den el personaje que me den, sirve actuar lo que me está pasando con mi historia, con mis cosas. Y ahí empiezo a entender un poco, sin miedos ni tabúes. Por ese lado, gracias al teatro y la actuación, me parece que uno se permite ser un poco más libre.

Este año cumplís 50, ¿el cambio de década te invita a reflexionar sobre tu vida personal y laboral?

-¡Ni me lo recuerdes! Me quiero matar porque no veo nada (se ríe). Siempre tuve una vista hermosa y de un segundo al otro dejé de ver. Pierdo los anteojos, se me caen y creo que eso es lo que más estoy sufriendo. Estoy a las puteadas, no es lindo. No me gusta, pero no queda otra que aceptarlo. Reconozco que no me estoy haciendo mucho cargo del cambio de década. Soy actriz, trabajo de lo que me gusta en un momento dificilísimo del país y no me dan ganas de reflexionar. No me lo tomo muy en serio, me hago lo que no me importa.

Más allá de la popularidad de tu trabajo, siempre tuviste un perfil bajo. Sin embargo, empezaste a hablar mucho más sobre tu vida a raíz de la lucha por la Ley de autocultivo de cannabis, cuando contaste que preparabas aceite medicinal para tu hijo, Lisandro. ¿Notaste un cambio en la relación con el público a partir de esa apertura?

-Al principio estaba un poco desorientada, porque yo no tengo perfil bajo porque quiera. ¡Me sale así! Soy re tímida, no me gusta exponerme pero soy actriz… tengo unos problemitas por ahí. Son cosas contradictorias que tenemos los actores (se ríe). Pero con lo del cannabis pensaba: “¿Por qué me tengo que esconder?”. Ahí empecé a hablar y me hizo bien a mí.

¿En qué sentido?

Lisandro es diferente y a veces con el autismo parece que fuera maleducado, caprichoso, porque físicamente no te das cuenta de que es diferente, pero conductualmente hace cosas raras. Antes me daba vergüenza, porque se escapaba mucho y siempre estaba corriéndolo. Pero desde que lo pude decir, me sentí liberada. Fue un efecto colateral de la lucha que continúa porque hay muchas cosas que mejorar.

Además, el planteo típico es que si con tu hijo pasa algo fuera de la esperable es porque sos una mala madre.

-¡Claro! Cada pibe con autismo es diferente, pero Lisandro era un torbellino cuando era chiquito. Me daba vergüenza tener que explicar cosas y cuando todo cambió me di cuenta que también es muy importante visibilizar el autismo, porque es raro, no se entiende y está bueno. Sentí que fue una buena decisión.

¿Recibís testimonios de familias que pasan por lo mismo que vos?

-Sí, recibía muchos mensajes y se armó algo enorme, una red que está buenísima para ayudarse. Siempre intento responder a todos porque yo también viví momentos de mucha soledad y desconcierto y no está bueno. Yo cuento mi experiencia con mucha responsabilidad, porque el cannabis tiene un montón de aplicaciones, muchas están comprobadas científicamente y otras quizás queden en el camino, entonces trato de no cebar a los otros. Se genera un entusiasmo quizás desmedido y me parecía importante aclarar, porque hay mucha gente que tiene muchísimas necesidad.

¿Lisandro cómo está?

-Está muy bien. Preadolescente, no me da bola (se ríe). Hay momentos mejores que otros y ahora estamos pasando un lindo momento. La verdad es que por ahora va todo de la mano en mi vida.

NA

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