Ni rosa ni celeste, la teoría que despinta el binarismo sexual y cerebral en la ciencia
¿Cómo se determinan los sexos y la manera de estar en el mundo? La doctora en Estudios de Género por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Lu Ciccia, cuestiona la idea de dos sexos y va más allá al romper con la causalidad entre biología y comportamiento, sexo y género, cerebro y mente, de la mano de los feminismos. “De ninguna manera mi biología explica quién soy, sino que hay una sincronización de eso que soy con mi expresión corporal y biológica”, sostuvo y llamó a “diluir este sistema de género normativo que actualmente jerarquiza los cuerpos”
Un ratón o mejor, la ausencia de una ratona provocó la crisis de conocimiento que originó “La invención de los sexos” (Siglo veintiuno). Su autora, la licenciada en Biotecnología, Lu Ciccia, desarrollaba un estudio científico en el marco de una beca del Conicet cuando se enteró que en los laboratorios sólo se usaban roedores machos en los ensayos. ¿Dónde quedaba entonces el binarismo cerebral tan masticado a lo largo de su carrera? Decidió repasar exhaustivamente la historia científica en relación a los sexos y con el aporte de los feminismos y sin complacencias, cuestionar las ideas que vinculan a modo causa-efecto la conformación biológica con el comportamiento, el sexo con el género, la mente con el cerebro, para finalmente proponer una teoría de sincronización entre la conformación biológica y lo que una persona es en este mundo, que libere las presiones de los estereotipos normativos. “Una revolución de los cuerpos”, proclama en su libro (su tesis doctoral que contó con la guía de Diana Pérez y Diana Maffia) que, sin dudas, es una provocación a lo que denomina la mirada androcéntrica y jerarquizada de la ciencia. La entrevista con Rosario3.
—¿Cómo llegaste a escribir “La invención de los sexos”? Sos licenciada en Biotecnología, obtuviste una beca en el Conicet para estudiar “cómo hacemos memoria” y te topaste con una situación muy particular que fue una especie de disparador.
—El concepto de memoria tiene que ver con la historia de nuestro país, que siempre lo vivimos de una manera muy encarnada. En este punto suscribo al trabajo de (poeta, filósofa, teórica del feminismo, ensayista mexicana y artista de performance) Sayak Valencia, que es una tijuanense que habla sobre todo de la imagen, de las Madres de Plaza de Mayo o en general de las dictaduras de América Latina, para pensar esta memoria registral en un sentido mucho más encarnado. Igualmente, lo que a mí me interesó de la memoria es en su sentido de salud mental. Esta idea de pensar que somos memoria: una persona tiene coherencia en sus actos cotidianos si tiene un registro donde vuelve una narrativa inteligible a quienes somos. Vos sos Sabrina y yo soy Lu en actos repetitivos que nos hacen día a día y eso sería inadmisible sin memoria. Por eso me aterra tanto el deterioro cognitivo en diferentes estados que tiene que ver con el Alzheimer y el Parkinson. Todo esto me llevó a presentarme en la facultad de Medicina de Buenos Aires al laboratorio de Sistema de Fisiología Nervioso y ahí había varias líneas de investigación, una era Parkinson, otra era Alzheimer y otra es una que tenía que ver con diagnósticos vinculados a ciertos tipos de psicosis, es decir a ciertos tipos de esquizofrenia. Ahí me meto en el laboratorio entendiendo de una manera muy biologicista la salud mental porque lo equiparaba a los procesos que nos permiten tener memoria. Acá hay una diferencia, en el Parkinson y en el Alzheimer tenemos deterioros cognitivos que se correlacionan con muerte neuronal. Pero la psicosis es otra la discusión, por ejemplo, en la esquizofrenia u otros tipos de llamados desórdenes mentales entre comillas como la depresión. Ahí no hay correlatos biológicos específicos. Sin embargo, los presupuestos imperantes en las neurociencias, se orientan a que existe una causalidad biológica y espera a ser descubierta. Es decir, buscan correlatos orgánicos. Yo creía eso. Entonces, estudiábamos el rol de un receptor de un neurotransmisor que se llama serotonina, que hoy vinculamos mucho a la idea de “bienestar”, reducido muchas veces a esta idea de concentraciones de serotonina que, de hecho, los antidepresivos más usados tienen como blanco aumentar los niveles de serotonina en lo que se llama la hendidura sináptica que es la comunicación entre neuronas. Entonces, yo estudiaba el rol de un receptor ligado a este neurotransmisor, del que no sabíamos cómo se comportaba, pero asociábamos a lo que se denomina flexibilidad cognitiva, que es la habilidad que tenemos para adaptarnos en el entorno. Por ejemplo, el día que llueve salimos con paraguas. Este cambio tiene que ver con esta flexibilidad que se dice está deteriorada en las personas diagnosticadas con algún tipo de psicosis, especialmente la esquizofrenia. Este receptor es una proteína, ¿y de dónde salen las proteínas?, salen del material genético, del ADN se traduce a proteína. Esto quiere decir que, si buscamos una posible relación entre flexibilidad cognitiva y este receptor, asociado esto a su vez con distintos tipos de psicosis, pensamos que en el ADN puede haber alguna respuesta, una contribución, una predisposición genética para explicar un cuadro psicótico. Es decir, en el subyacente estamos asumiendo que hay una causalidad biológica para dar cuenta de los llamados “desórdenes psiquiátricos”.
—¿Y vos qué pensabas al respecto?
—Yo creí en eso y me dije (se ríe) «esta es la mía» y me metí en el laboratorio donde se trabaja con ratones. Primero, yo tenía ese presupuesto biologicista, es decir, pensar que la biología causa un cuadro psicológico y el segundo presupuesto del que era una férrea defensora es que había dos tipos de cerebros sobre la base de las posibilidades reproductivas. Me había criado en una carrera donde se estudiaba molecularmente los organismos, incluidos nuestra especie, sabía que había un dimorfismo sexual, es decir, dos formas biológicas, no solo dos cerebros sino en todos los niveles. Es decir, eso que llamamos sexo –y desde ahora nos vamos a referir a los atributos ligados a la reproducción que van a ser los cromosomas llamados sexuales, las concentraciones o niveles de hormonas llamadas sexuales, los tipos de gónadas o varios testículos, y la genitalidad externa, pene, clítoris), daría cuenta de toda una diferenciación del organismo. A partir de esas propiedades, los organismos se dividirían en dos formas que implicarían dos sistemas cardiovasculares, dos formas de procesar los xenobióticos, punto por punto, dos formas biológicas. Y eso tendría relevancia en el ámbito biomédico porque explicaría la prevalencia y el desarrollo del tratamiento de enfermedades de manera “sexo específicas”. Las prevalencias son aquellas enfermedades que aparecen más en un sexo que en otro. Y cuando decimos sexo ya estamos asumiendo que esas prevalencias se explican por esas posibilidades reproductivas. Hoy critico todo esto.
—¿Qué sucedió cuando te metiste en el laboratorio?
—En el laboratorio me dijeron que labure solo con ratones machos. Y esto me llevó a la crisis de decir «ok, pero si hay dos cerebros, el rol de este receptor es lógico pensarlo en diferentes funciones de acuerdo al cerebro de la hembra y el macho». Pero me decían que las hembras introducen otras variables relacionadas a situaciones hormonales y si la investigación no está orientada a ver precisamente cómo afectan esas fluctuaciones hormonales implicaría entonces introducir complejidad estadística y toda una serie de criterios de clasificación que lleva mucho más tiempo y trabajo y en una productividad científica enmarcada en el capitalismo, eso no se quiere, entonces es lo más rápido. Acá no tenemos una simplificación que implicaría llegar al mismo resultado de una manera más corta sino una omisión. Si decimos que hay dos formas biológicas y de los resultados con roedores extrapolamos a nuestra especie, indudablemente estamos omitiendo una parte de nuestra especie que son las personas que tienen vulva.
—¿Qué hiciste entonces?
—Dije «por ahí no hay dos cerebros», me metí en Pubmed, que es la base de datos biomédicos más grande que hay y puse ‘cerebro’ y ‘diferencias de sexo’ y me salieron una millonada de investigaciones que asumían que había dos cerebros, que no solamente se están limitando en estas dos formas a la química y la mecánica de la reproducción, es decir no se limitaban a decir ciclos de ovulación, eyaculación y erección del pene y por eso tenemos diferentes volúmenes cerebrales, lo que se llama correlato orgánico, sino que estas diferencias vinculadas con la reproducción implicaban habilidades cognitivas y conductuales sexo-específicas. De esta forma parecería que los cerebros de los cis varones están optimizados para habilidades visoespaciales que son las habilidades de abstracción. Y las cis mujeres tendrían optimizado sus cerebros para otras habilidades, como la fluidez verbal, empatía y comunicación (se ríe otra vez). Además, se sostenía que las conductas de juego se explicaban por los roles en la reproducción. Es decir que los niños jugaran a la lucha tiene que ver con su rol de macho proveedor y las niñas a la muñeca como una inclinación hacia el cuidado. «Okey me dije, tenemos dos problemas: se omite a la hembra y de acuerdo a este discurso de los dos cerebros yo no podría estar haciendo ciencia porque básicamente tengo que dar cuenta de un cerebro masculinizado».
—Tendrías que estar charlando.
—Claro (risas) o escribiendo informes. Y esto fue una alarma porque en esto de los dos cerebros hay estereotipos de lo femenino y lo masculino y que evidentemente está jerarquizado porque todo lo asociado al cerebro masculino, al cis varón, vale más. Y no es casual porque quienes desarrollan estos valores son cis varones blancos. Todo esto lo percibí sin tener ningún bagaje en epistemología feminista y en estudios de género, pero evidentemente me sentí interpelada. Y sobre todo porque desde mi experiencia subjetiva, siendo lesbiana, lo que dicen estos discursos es que a mayores niveles de testosterona en las personas con vulva podría desencadenar una masculinización de su cerebro al nacer que daba cuenta de la lesbiandad o varones trans. La identidad de género y la orientación sexual también se explicaban en términos de cerebros sexo específicos dados por mayores o menores niveles de testosterona. Las personas con pene tenían mayores niveles de testosterona, esto hacía que los cerebros se masculinizaran y eso explicaba todas las habilidades cognitivas que antes describí y además la identidad de género (cis varón) y la orientación sexual heterosexual. Entonces evidentemente yo había tenido supuestamente algún exceso de niveles de testosterona en el estadio prenatal y eso daba cuenta de un cerebro masculinizado. Okey, podría hacer ciencia -se sonríe- y además me explicaba que nacía lesbiana. Eso claramente fue lo que me hizo conectar con los estudios de género y gay lésbicos y decir okey, qué fuerte porque yo no soy esencialista en torno a mi sexualidad porque estoy completamente consciente que tuve experiencias heterosexuales en un momento y que fue una trayectoria vital donde mi sujeto de deseo fue cambiando, pero fíjate mi contradicción, porque la lesbiandad la vivía así, el ser lesbiana lo vivía así y sin embargo era súper biologicista para el concepto de salud mental.
—Por un lado, estaba lo que estudiabas y por otro lado tu vida personal.
—Tal cual y fíjate que acá es interesante porque hay una dicotomía entre activismo y academia, entre mi vida cotidiana y la producción de conocimiento y también entendí que esa disociación era parte del mismo sistema de valores que de alguna manera esencializaba los cerebros y las conductas. Esta dicotomía que se vuelve parte de un sistema de valores desarrollado por el sujeto androcéntrico durante la modernidad. Este es el sujeto cis varón blanco, adulto, propietario, heterosexual y este sistema de valores dicotómico justo traza una frontera entre razón–emoción, mente-cuerpo, sujeto-objeto, entre lo universal-particular y todo lo que digo del lado izquierdo vinculado con lo masculino es lo más valorado y todo lo otro lo feminizado no, entonces evidentemente esa dicotomía me interpeló porque yo hacía intervenciones en salud mental en el Hospital Borda a través de una comunidad de psicólogues comunitaries y hacíamos intervenciones artísticas y en el Borda las personas internas son cis varones, especialmente diagnosticados con algún tipo de psicosis, frecuentemente, esquizofrenia y ahí lo que veía era que estaba muy lejos de pensar en una predisposición genética porque lo que sucedía era un tejido social roto completamente, el Hospital Borda tenía condiciones infraestructuras paupérrimas, o sea las condiciones de vida eran infrahumanas, digo pacientes usuaries, muchachos, que no tenían , que no hay una buena alimentación, que tenían ausencia familiar y decía «okey si acá hay una predisposición genética no me importa o sea claramente este cuadro no me lo explica un conjunto de genes, ¿no?» Entonces todo eso me hizo desandar mis propios sesgos y reorientar la investigación finalmente hacia la epistemología feminista y una crítica a este discurso neurocientífico que era biologicista y sexista, es decir, que en sus presupuestos hablaba de una biología causada en los cerebros y el cerebro como el órgano de nuestra mente, es nuestra mente, y además generar la idea de mente- sexo específicas, formas de pensar y sentir de acuerdo a una genitalidad.
Un nuevo camino al andar
—Hay una vinculación importantísima que para mí fue fruto de esta experiencia y que después la investigué: que la idea de dimorfismo sexual, la idea de dos formas biológicas, está completamente vinculada a los presupuestos biologicistas. Es decir, hay dos formas biológicas y necesariamente la biología explica mi forma de estar en el mundo. Entonces esa articulación me llevó a lo que fue la nueva tesis doctoral porque en Conicet yo había entrado en este laboratorio, renuncié a esa beca y pedí pedir otra beca para finalizar el doctorado en Filosofía. No me la dieron al principio, me costó un montón, tuve que hacer seminarios. Cuando finalmente me la dan termino el doctorado en la Facultad de Filosofía en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género. Como es interdisciplinario yo podía ir con mi formación de grado en Biotecnología y ahí fueron Diana Pérez, filósofa de la mente, y Diana Maffia epistemóloga feminista, quienes me ayudaron a escribir el nuevo proyecto, encausaron mis inquietudes y concluimos la tesis juntas. Entonces fue un abordaje fundamentalmente interdisciplinar desde las neurociencias cruzándome con la epistemología feminista y la filosofía de la mente. Con la epistemología feminista voy a tener herramientas para discutir el dimorfismo sexual y con la filosofía de la mente voy a tener herramientas para discutir que nuestra mente no es el cerebro. Entonces esas dos articulaciones fueron los que guiaron todo mi proyecto y que se centró en hacer dialogar los distintos discursos científicos acerca de la diferencia sexual desde la modernidad con los diferentes movimientos feministas y ver las tensiones y las limitaciones de esos movimientos y las formas en que esos movimientos cuestionaban ciertos sesgos pero reproducían otros y eso hasta la actualidad diciendo «okey, estamos en este momento donde podemos diagnosticar que hay una crítica fuerte al dimorfismo sexual, pero pareciera que eso se disocia de los presupuestos biologistas para entender nuestros estados mentales», entonces quizás mi aporte es hacer una reconstrucción que hace dialogar estos discursos con los movimientos feministas y llegar en la actualidad a una propuesta que tiene que ver en cómo romper con lo que voy a caracterizar el paradigma del sesgo androcéntrico y es la linealidad causa- efecto. Una linealidad que requiere un orden temporal lineal primero, una biología y después un comportamiento.
—Si no existe esa causa y efecto, ¿cómo se constituye una persona, su comportamiento, su orientación sexual?
—Es una pregunta bien difícil, pero al punto de partida lo que te diría es que intento romper con una lectura reduccionista, es decir, que pongan la biología al centro de lo que somos, como causal, pero tampoco quiero irme a una lectura dualista donde parece que la mente está por un lado y el cuerpo por otro, porque eso también es problemático y es un síntoma de ciertos valores modernos donde de alguna manera este dualismo hoy paradójicamente se encarna en el exceso reduccionista de las neurociencias donde la mente es el cerebro y el cuerpo parece otra cosa, el cerebro es el que subordina a todo el resto del organismo. En una suerte de interpretación de coordinación entre todos nuestros sistemas fisiológicos, y no de subordinación, interpreto que esa coordinación está sincronizada con nuestros estados psicológicos, ¿qué quiere decir esto? que por supuesto hay correlatos psicológicos- biológicos y yo puedo decir que en cierto estado psicológico hay una correlación con tal dato biológico, pero eso no significa que este dato biológico explique mi estado psicológico o lo cauce, más bien que esta experiencia de la identidad de género, por ejemplo, o de la orientación sexual que implica un imaginario corporal, que implica una subjetividad, deseos e intereses, toda esta complejidad no se puede encontrar abriendo un cerebro o sea, ¿dónde está el deseo?, ¿en qué estructura? ¿En qué sinapsis? Porque estos verbos tienen una normatividad de lo mental y con normatividad me refiero a una normatividad que implica relaciones sociales que implican consensos intersubjetivos del cómo nos sentimos, no una normatividad relativa a las necesidades básicas biológicas. Estoy hablando de un concepto complejo como es el deseo sin suscribir al psicoanálisis que lo ubica en una suerte de inconsciente donde hay un oscurantismo en la relación mente cuerpo y por eso no abordo desde el psicoanálisis esta problemática y me centro en corrientes post- cognitivistas que vienen de la filosofía de la mente y que cuestionan que la mente es nuestro estar en el mundo, en nuestro cuerpo acoplado con un entorno. Entonces desde esa perspectiva esta trayectoria vital que soy, que implica una identidad de género y de orientación sexual, no se puede entender, sino la contextualizamos históricamente y localmente en términos culturales y es una trayectoria vital que implica una coordinación entre esto que soy y mi cuerpo que también es lo que soy, es decir, que este imaginario corporal también se expresa biológicamente, no en un sentido de prácticas que hoy están normadas por los estereotipos de género y las personas podemos corrernos más o menos, pero fungen como marco de referencia. El sistema binario hoy es el marco de referencia para darnos inteligibilidad, para identificarme o desidentificarme con un género, no implica reproducir normativas de género, es decir, jerarquía, relaciones jerárquicas de los cuerpos, lo que asume una relación jerárquica es pensar que hay una naturaleza para eso que soy si pienso que nací así, ése es el problema. Si yo abordo mi identidad como una condición de posibilidad en este contexto y que esa identidad no va a implicar cumplir con un rol de género, es decir, no implica que yo tengo una conducta esperada para esta identidad.
—¿Es posible correrse de esos estereotipos?
—Es una resistencia a esta formas jerárquicas de leer los cuerpos, o sea, que la solución no es abolir el género porque es imposible porque todo marco de inteligibilidad hoy es a partir del género, el problema es que pensamos que el género implica opresión necesariamente, y eso es la naturalización de los roles, la generización de los roles, la prescripción de la conducta es lo que implica opresión, la identidad tiene que ver entonces con una forma de vivirme y de estar en el mundo y entre otros elementos implica el género y ese implicar el género, hay también supone una sincronización de ese estado psicológico con mis estados biológicos, una sincronización que hace que eso que soy esté por fuera de la forma de encarnarlo. Que eso que soy en un sentido psicológico no está por un lado y mi cuerpo por otro, sino que se corporiza, se expresa biológicamente, y eso supone que los límites y los obstáculos que tenemos las personas que por uno o más motivos nos corremos de las normativas sea por la identidad de género, sea por la sexualidad, etcétera, podamos vivir contextos de miedo, de angustia y de estrés crónico que nos afectan en un sentido de salud corporizada ¿no? Porque quién soy no está exento del cómo me vivo en un sentido corporizado y como siendo cuerpo atravieso socialmente ciertos obstáculos y ciertos privilegios eso también se encarna, pero de ninguna manera supone que mi biología explica quién soy sino que hay una correlación una sincronización de eso que soy con mi expresión corporal y biológica, no solamente macroscópica, en un sentido comportamental sino molecular también.
—Hace unos días la modelo Valeria Mazza fue muy cuestionada porque al hablar de sus hijos e hija, aseguró que era más fácil criar varones porque eran más simples. Esa exaltación, ese discurso androcéntrico se palpa en las calles, pero lo llamativo, tal cual lo exponés en tu libro, es que tenga un correlato científico.
—Ahí hay un tema. La producción de conocimientos científicos, viste que antes hablamos, que está marcada en un sistema capitalista, eso que quiere decir que no está por fuera de la sociedad, es parte de la sociedad y como parte de la sociedad legitima un sistema de creencias específico y este sistema de creencias específico es desde la modernidad la dicotomía de valores desarrollada por este sujeto androcéntrico y por eso nuestro sistema de valores que supone que hay una objetividad, una neutralidad, una universalidad, un ser desencarnado, que mira desde ningún lado, esa idea misma de ciencia es la que inmuniza de críticas la producción de conocimientos científicos como si ahí estuviera alojada, una suerte de verdad por fuera de quiénes la describen. En realidad lo que legitimamos como verdad es un consenso intersubjetivo situado, encarnado y encarnado de este sistema de valores que es básicamente la mirada cis masculina, blanca, adulta y heterosexual, entonces esa mirada privilegiada habilita toda una suerte, un dispositivo de valores y de formas de producir conocimiento para seguir privilegiándose como para seguir eligiéndose como mirada, digamos, no seguir respaldando sus beneficios y seguir abonando una lectura genética de los cuerpos, eso no supone que haya una conciencia en la comunidad científica y que digan «Okey, vamos a legitimar este cuerpo y a subordinar todos los feminizados», claro que no, porque incluso hay cis mujeres que abonan a la idea de dos cerebros, pero ¿por qué sucede esto? Por la propia formación académica de estas carreras donde no vemos historia de la ciencia, vemos hechos aislados de gente brillante y genia, eventualmente cis varones blancos que con una idea interna del mundo: se le cae la manzana Newton, descubre la gravedad y así fue el mundo y vivimos dos mil años en la ignorancia, hasta hace 300 que empezamos a descubrir la verdad. Y es bastante, bastante, bastante light creer que hace 2.000 años un sistema de creencias cerrado y que a partir de los procesos de preindustrialización empezamos a entender el mundo como es. En realidad, lo que yo quiero decir en este libro es que ese sistema de creencias es funcional a una necesidad que no solamente es económica, socioeconómica y política sino además cultural y eso implica una reinterpretación del cuerpo y la diferencia sexual, pero no es que hace 2000 años vivieron en la ignorancia, era funcional el sistema de creencias y lo que sabíamos para cómo estaba el mundo planteado. Ahora, con el contexto preindustrial hay otras necesidades que van a suponer incluso manipular el mismo cuerpo, no solo la naturaleza, y se desarrolla un nuevo sistema de valores integral donde pareciera que esta forma de entender el conocimiento en términos de desencarnado objetivo y neutral es la correcta y la verdadera. Y, en realidad, es la que funciona, pero lo real no implica una verdad universal, es una verdad localizada, la legitimamos como verdad y mañana puede ser otra. Ésta tiene 300 años, no tiene nada, entonces si lo vemos en perspectiva histórica entendemos por qué podemos atrevernos a criticar aquello que pareciera lo más abstracto y por fuera de los valores sociales, como son la estadística y las matemáticas en general, ¿no? Porque esa estadística de esa matemática está hecha por nosotros las personas ¿Cuándo vimos un número siete, ¿dónde lo vimos caminando? Es un sistema de representación. Sí, un acuerdo también, un acuerdo más universal que la matemática, que la sociología digo, pero no implica que sea más verdad una disciplina que la otra y en sociología damos claramente contextos, ahora en matemática, ¿no? Porque justo lo que llamamos ciencias duras -duro como un valor generalizado también asociado con lo masculino- pareciera que trasciende la subjetividad. Esa pretensión de trascender la subjetividad es la forma que el sujeto androcéntrico encuentra para enmascarar sus intereses en el criterio de objetividad, entonces ahora tenemos la reproducción de un sistema que es simbólico, ya no importa quién hace ciencia, sino qué valores se encarna. Me da igual que haya una lesbiana negra haciendo neurociencias si su punto de vista es que nacemos con dos cerebros, ¿entonces por qué? Porque está partiendo de presupuestos biologicistas netamente androcéntricos que se explican de la modernidad y que además pareciera que son irrefutables porque la ciencia va con la objetividad de la neutralidad.
—Me imagino a “La invención de los sexos” en manos de científicos y científicas. ¿Hay alguno quemando el libro?
—Puede ser (se ríe). Yo creo que hay personas que tenemos un grave problema y esto no es sólo parte de la comunidad científica, sino también hacia adentro de los propios feminismos, los presupuestos esencialistas ideologicistas son los presupuestos para mí que responden a una ideología y un fanatismo de lo menos, pero de lo menos robusto que puede haber, y eso lo es en cómo se diseñan los experimentos, los estudios y cómo se interpretan los resultados de manera profundamente sesgada. Esos presupuestos están tanto en la comunidad científica como en los feminismos, entonces esos presupuestos que tiñan mi forma de ver el mundo y estoy tan aferrada a ellos porque me dan una suerte de anclaje biológico que operan como una certeza ontológica, una certeza de lo que soy, hacen que esas personas no lean este tipo de libros. ¿Por qué? Porque piensan que ya saben lo que van a decir. Entonces, la invitación es justamente a que puedan ser críticas esas personas con estas lecturas y e invitarlas a discutir y reflexionar sobre ¿qué es lo real? Porque acá no estoy negando el cuerpo, al contrario. Lo estoy poniendo en el centro y recuperando lo para decir «Okey, la idea de dimorfismo es sesgada y tiene muchos, muchos, impactos negativos en el ámbito de la producción de conocimiento biomédico, en cómo estamos entendiendo los diagnósticos psiquiátricos». Una persona como yo que está completamente ocupada y preocupada por el ámbito de la salud pone en el centro el cuerpo en un sentido biológico y lo que digo es que en todos los niveles y esto abono a muchas autoras neurofeministas en todos los niveles cromosómicos hormonales, monodales, de edad, cerebrales, se ve variabilidad se ve polimorfismo, no dimorfismo y lo que propongo es ese polimorfismo tampoco da cuenta de identidades individuales en el marco neoliberal. Ese polimorfismo biológico no es causa de lo que soy en un sentido comportamental y de mis estados psicológicos, eso tiene que ver con consensos intersubjetivos en un marco normativo de género, entonces lo que soy no nace de un huevo, un estado interno individual ni prenatal, biológicamente, ni post natal de hago lo que quiero y soy soy lo que soy. No, porque para ser inteligibles tenemos que ser reconocides por les otres y para ser reconocides tenemos que ganar un mismo lenguaje y ese contenido semántico no es solamente algo que queda en el discurso, es parte de mi cuerpo, discurso y materia, y acá abono a (profesora estadounidense, bióloga y filósofa de la ciencia) Donna Haraway, cuando habla de materialidades semióticas, discurso y materia no son disociables, ese imaginario dicotómico ahí también es androcéntrico. El discurso hace cuerpo y el cuerpo hace discurso de una manera sincrónica entonces para ser inteligible tenemos que negociar estos marcos, normativos epistémicos y ontológicos y lo que propongo es renegociarlos, pudiendo diluir este sistema de género normativo que actualmente jerarquiza los cuerpos. La normativa, siguiendo a (la filósofa materialista y postestructuralista estadounidense, Judith Pamela) Butler, también tiene una dimensión ética. Hoy creo que no podemos vivir sin una normativa, el problema es que es opresiva para la mayoría de los cuerpos. La pregunta es ¿podemos abonar a una nueva forma de pensarnos normativamente en términos de conjunto de reglas que hacen que habitemos en comunidad sin reproducir una lectura jerárquica de los cuerpos? Esa es la pregunta fundamental.
—En tu libro invitás a hacer una “revolución de los cuerpos” y considerás como un gran paso que quienes lo lean, se pregunten quiénes son y que desean. Puedo afirmar que así sucede. Muchas gracias por la entrevista.
Rosario3
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