GÉNERO

Cuando te enteres de lo que es el “chineo” vas a querer llorar

Esta histórica práctica existe en toda Latinoamérica y persiste a costa de silencio, el racismo y la opresión machista. La cacería humana de infancias originarias disfrazada de debut sexual y el horror de una historia injusta y violenta que debería ser parte del pasado.

En distintos barrios de la ciudad de buenos aires hay carteles que gritan “Basta de chineo” pero, ¿la sociedad sabe qué significa esa palabra? En esta nota voy a intentar explicar no sólo qué es sino de dónde viene y qué implica esta práctica del horror que viven muchas mujeres de nuestro país y de toda Latinoamérica. 

Para eso, hablé con dos especialistas: Alejandra Cebrelli, licenciada en letras e investigadora, e Irma Caupan, referente del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir. 

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De opresión y otras yerbas 

Ser mujer en este mundo no es una cuestión simple, lo sabemos. Tampoco lo es autopercibirse de algún otro género que no sea varón cis y heterosexual. A esas dificultades de ser en una sociedad desigual, sumémosle la cuestión de clase y de etnia y el resultado es escalofriante. Y escalofriante puede sonar a ciencia ficción pero lejos está de serlo. Lo que sucede con los pueblos originarios, desde la campaña del desierto hasta acá, es una de las realidades más duras y violentas de nuestra historia. 

Cuando las niñas indígenas menstrúan por primera vez, la pesadilla comienza. Los criollos, vecinos y dueños de las tierras, salen a “cazarlas”. Así de cruento como suena, sucede. No hay eufemismos para este genocidio a cuenta gotas. “La práctica de violación a mujeres indígenas se da desde la época de la colonia y como dice la autora Rita Segato ´el cuerpo de las mujeres es un territorio de conquista´. La violación por parte de criollos a mujeres indígenas se da en toda latinoamerica, no sólo en Argentina”, afirma la investigadora. 

“Consiste en una cacería humana, un deporte atroz, un crimen de odio. Los hombres jóvenes salen a cazar al monte a lo que ellos llaman las ´chinitas´. La china es un nombre despectivo que se les da a las ´hembras animales´ en quechua. O sea que al nombrarlas así se hace un proceso de animalización y deshumanización de sus cuerpos”, agrega Alejandra. 

Por su parte, Irma, considera que el chineo no es una cuestión cultural, como muchas veces se intenta abordar y hasta incluso justificar, sino “algo que se ha ido generando desde la época de la colonia”. No forma parte de la histórica discusión respecto a cómo funcionan otras culturas que no son la propia, sino que existe y resiste por el poder y el silencio. Por otro lado, agrega un dato escalofriante para que entendamos la naturalización de esta práctica: “está tan habilitado por la sociedad que inclusive hay tours para extranjeros o criollos que incluyen el chineo como una actividad más”. 
 

El nombrarse, siempre un buen problema  

Varias organizaciones presentan proyectos que buscan incorporar al chineo como un delito. Un delito que tenga penas y que pueda decirse como tal. Ese es el camino necesario que hay que transitar para comenzar a desnaturalizar estas aberraciones que hasta el año 2020 estaban completamente silenciadas. Hoy la campaña #AboliciónAlChineoYa del Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas por el buen vivir cobra fuerza en la vía pública y en las redes.

Qué decimos cuando decimos es importante, pero cómo lo decimos es también parte del mensaje. La dialéctica que se genera al repensar nombres de lucha es interesante y siempre necesita explicaciones para entender mejor de qué se trata. Nunca la elección de un nombre a la hora de hablar de búsqueda de derechos es al azar y los debates al rededor de ésto generan riqueza en el discurso. 

La palabra “chineo” no es la excepción. “Es una palabra que tiene que ver con el desprecio y con poner a las infancias indígenas un lugar de opresión y de racismo y es por eso que la utilizamos”, sostiene Irene. 

Por su parte, la investigadora destaca que si bien es un nombrarse de forma incómoda, a su vez puede tener un caracter de importancia histórica. “Las mujeres salteñas indígenas no quieren que se llame chineo porque es un nombre despectivo pero por otro lado consideran que no nombrarlas así favorece al negacionismo histórico que han sufrido desde la colonia hasta nuestros días y que el estado nacional no hizo más que agravar”. 
 

La pobreza la propia cárcel  

El chineo se realiza en todo el país pero especialmente en el norte en provincias como Chaco, Salta o Santiago del Estado. Los pueblos pequeños y aledaños a las comunidades indígenas son los escenarios perfectos para este siniestro hábito y la precariedad un factor clave. “Dentro de las comunidades el chineo es algo muy doloroso pero que a su vez está silenciado. Las mujeres tienen mucho miedo de hablar porque además, las represalias son fatales. No sólo porque son amenazadas sino también porque muchas veces en venganza a una denuncia o a un intento de justicia, se les quitan acuerdos, trabajo o comida a sus familias que ya de por sí son pobres”, detalla Caupan. 

“Sucede generalmente cuando van a la escuela. Las interceptan en el camino y para callarlas o las dejan desangrarse en el medio del monte, muchas veces las matan o directamente compran a las familias, compran su silencio o las amenazan. Generalmente esto es perpetrado por hombres poderosos, hijos de hombres poderosos o con dinero”, especifica la investigadora. 

“Durante muchos siglos esta práctica se reprodujo en silencio, es decir todos sabían que pasaba pero había mucho miedo nadie decía nada. Es tan complejo porque muchos lo consideran como una práctica de iniciación sexual y no un delito y porque el racismo que tenemos en el ADN en la nación argentina considera a las indígenas como ´cosas´. Muchas veces son pobres contra pobres”, sostiene. 

Mi cuerpo mi territorio 

Como ya se nombró en este artículo, los cuerpos de las mujeres y, podríamos decir, de todo lo que no es un varón cisgénero y heterosexual, siempre fueron, a lo largo de la historia, espacios de conquista. Así como se colonizaron nuestras tierras, se colonizó nuestro cuerpo. 

Lo vemos aún en las publicidades, en los medios de comunicación y hasta en Gran Hermano. La objetivación y sexualización continúa presente en nuestros consumos más banales. Pero eso que vivimos y que denunciamos a través de las redes sociales de forma diaria, son solo vestigios y violencias simbólicas de algo que en las profundidades del monte sucede de forma abrupta y voraz. 

Las mujeres indígenas y las infancias originarias se encuentran en la más triste soledad porque el Estado, para ellas, no existe. Y si bien los pueblos originarios tienen sus propias naciones, no existe no porque ellas no consideren al Estado como refugio sino porque la violencia la mayoría de las veces viene desde la instituciones. No les toman la denuncia y hay casos en donde ni siquiera pueden hacerla porque no saben hablar otro idioma que el propio y no existen traductores que puedan entenderlas. Tampoco les aplican ni ILE ni IVE, hay muchísima violencia obstétrica por el propio racismo, violencia policial y, sobre todas las cosas, territorial. Sabemos, los pueblos indígenas llevan décadas defendiendo sus tierras y los violentos desalojos ya casi están naturalizados. 

El respeto hacia estas comunidades es imperioso porque forman parte no sólo de nuestra historia como país sino además de nuestra cultura ancestral y del territorio. De hecho, son las comunidades originarias quienes más luchan en contra de la venta, expropiación y explotación de los recursos naturales de nuestro país. Difícil y heroica tarea que nuestra sociedad eurocentrista y racista no sólo no premia sino que castiga de forma feroz.

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